Girona un rincón hondureño

Girona un rincón hondureño

Girona se ha convertido en una pequeña Honduras. Los nacionales del país centroamericano son, según el último padrón municipal, el mayor colectivo de extranjeros de en Girona: algo más de 5.300 empadronados; cinco de cada 100 habitantes, según los datos de la oficina estadística catalana

Girona, un rincón hondureño | En toda la provincia son casi 13.000. Con un patrón por género prácticamente idéntico al del conjunto del Estado: dos de cada tres son mujeres. La comunidad hondureña en Girona se ha multiplicado por más de 80 en los 20 últimos años. Cuando apenas había 150 personas residiendo permanentemente a orillas del río Ter.

Girona un rincón hondureño

El éxodo migratorio hondureño hacia Girona encuentra sus raíces hace cuatro décadas. Cuando un grupo de monjas de Tossa de Mar viajó hasta Talanga, localidad al norte de Tegucigalpa. Con el objetivo de contratar mujeres para que se encargaran del cuidado de ancianos. Fueron cinco las hondureñas que llegaron a Tossa, pero únicamente dos decidieron permanecer. Siendo Rafaelita Rivera la pionera. Transcurridos 43 años, el boca a boca y la reagrupación familiar han logrado que los hondureños conformen una de las colonias extranjeras más numerosas de la provincia.

Girona un rincón hondureño

Villanueva identifica tres grandes oleadas migratorias procedentes de Honduras: en el año 2000, en 2009 a raíz del golpe de Estado y en 2017 debido al «gran fraude electoral». Y, aunque la situación ha ido mejorando con el transcurso del tiempo, sostiene que «sigue siendo muy complicado obtener el permiso de residencia: tienen que haber estado empadronados durante tres años y contar con un contrato laboral para poder iniciar los trámites».

La procedencia de los hondureños ya no se circunscribe exclusivamente a Talanga, pues llegan desde diversos rincones de Honduras. En la Asociación Cultural de Hondureños en Girona persiste la costumbre de referirse a la ciudad como «la pequeña Talanga». Delmer Villanueva, presidente de dicha agrupación con dos décadas de residencia en la capital, subraya que. «Las cifras reales de hondureños son, en realidad, mucho mayores que las oficiales: hay una gran cantidad de situaciones irregulares».

Testimonios

Alex Suazo, Delmer Villanueva, Rubí García y Saady Suazo en la sede de la Asociación Hondureños de Girona

Saady Suazo tiene 33 años y se quedó en Honduras con su padre hasta 2015. Su madre y sus dos hermanos ya habían viajado a Girona y él se les sumó. Por la inseguridad: estudiaba y trabajaba en un centro comercial y casi cada mes me asaltaban. Esperaba que la situación cambiara, pero al final vine”, explica. Ahora trabaja en una parada de verduras del mercado. Y toda la familia se ha trasladado a vivir a Salt porque los precios son más asequibles.

En Honduras, añade, la media de edad de la población es menor de 35 años. Porque “hay niñas de 11, 12 años criando a sus hijos y la esperanza de vida es de unos 60 años. No se construyen hospitales pero si batallones”.

Álex y su familia vivían en Tegucigalpa. Primero emigró su padre, luego su madre con su hermana mayor y finalmente, en 2006, él —tenía seis años— y su hermana pequeña. El destino elegido por la familia fue Girona. Era donde estaba una de sus tías desde tres años antes, lo que permitió a sus padres encontrar trabajo con cierta facilidad. 14 años después, ha vuelto a ver a su familia por primera vez este verano.

No pensamos irnos: no hay planes de vida en Honduras”. En su país, dice, los jóvenes solo tienen tres opciones: “hacerse pandillero, huir a EE UU o España o hacerse de los “guardianes de la patria”, que son la Policía Militar del Orden Público. Hay mucha delincuencia. No puedes estar del todo seguro: siempre hay ese miedo a que te pueda pasar algo”. Piensa volver alguna vez pero “no a vivir, porque tengo mi vida en Girona.

Sus padres sí lo harán, cuando sean mayores. Como Susana, que llegó a España en 2007 después de que la empresa en la que trabajaba cerrase. Empezó a trabajar cuidando a una anciana y, cuando falleció, su hija le pidió que se quedase haciendo las tareas del hogar.

Me regularizaron la situación y ya tengo la doble nacionalidad”, dice como un gran logro. 13 años después sigue trabajando para mandar dinero a su Honduras y solo ha regresado tres veces: en 2011, en 2017 y hace unos días.

Su intención es volver cuando tenga “arreglado” todo el papeleo de la jubilación. Rubi García, 16 años en Girona —en los que ha trabajado prácticamente de todo: cuidando mayores y niños, limpiando, pintando…—, denuncia la “explotación laboral en el ámbito doméstico”: viven internas, “24 horas al día toda la semana por 600 euros”. Solo ha ido una vez a su país, hace dos años. Habían asesinado a su hermano.

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